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Amalia

Actualizado: 8 abr 2021

<< Cómo imaginar que aquella anciana enjuta tenía cerca de noventa años? Todavía conservaba su esbeltez, su largo pelo como la nieve, recogido en un moño, tal como había hecho desde hacía más de cincuenta años. Cada mañana el ritual frente al espejo se repetía como una parsimoniosa ceremonia. Aquellas manos labradas como los campos, con surcos de alegría y dolor, tomaban pequeñas porciones de cabello, lo trenzaban sinuosamente y con viejas horquillas quedaba engarzado hasta el anochecer.

(...)

Su madre le extendió una taza de café. El café que hacía su madre cada mañana era inconfundible, su aroma se extendía por toda la casa, volviéndola cálida, el olor de la leña seca al arder, también.

Hay olores que permanecen en la memoria desde la infancia, al volverlos a percibir provocan emociones tan fuertes como el reencuentro con un antiguo amante en viejas fotografías.Y ahí estaba, el olor del café recién hecho, con esa mezcla única que hacía su madre, compraba el café en grano, lo molía y puesto en la manga dejaba caer agua hirviendo sobre él, perforaba sus sentidos, y en el tiempo de un relámpago le hacía viajar a su niñez.>>

Yo, llamada Jimena I, Presérveme Dios del Castigo.



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