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Yo, llamada Jimena. El mortal tributo

  • Xana
  • 23 abr 2024
  • 3 Min. de lectura


Pensaba de que modo podía celebrar hoy 23 de abril día del libro con vosotros/as, y he pensado que nada mejor que compartiros un fragmento de Yo, llamada Jimena , "el mortal tributo" (libro 3) , que sigue en "revisión". Este fragmento pertenece a la primera parte del mismo "El regreso".


IV


Hay situaciones en la vida que uno no sabe como afrontar, y hay situaciones que pase el tiempo que pase causan dolor si las recuerdas. Dejar que esos momentos tristes pase por nosotros mismos, y se vayan sin causar los estragos que hicieron en el pasado es una virtud, lograr no llorar mientras nos atraviesan, un milagro. Hay momentos de la vida que se quedan grabados para siempre en ti, nadie puede ayudarte con ellos, los silencias, pero no hablar de ellos no quiere decir que no ronden tu mente cada día. (.....). Ella trataba de amortiguar el malestar físico que le provocaba trayendo a su memoria cientos de imágenes y momentos hermosos que habían vivido juntos, pero a veces nada callaba ese dolor sordo que año a año permanecía inalterado en su cerebro.

Conducir provoca una sensación agradable de avance físico, pero permite distraer los pensamientos que muchas veces en el caso de Jimena volvían al pasado para hilar historias inconexas, otros viajes, momentos tiernos, su madre, su infancia, el olor de las manzanas, el viento en la cara, la lluvia en su pelo, recuerdos, “flashes”, que a modo de relámpagos abstraían su mente completamente, haciendo perder la noción del tiempo. Momentos, muchos, muchos momentos, todos desfilando por su cabeza que además de forma automática mantenía la marcha conduciendo.

Anna se durmió enseguida, y Jimena se emocionaba con la idea de que cada vez estaban más cerca, en la bruma de sus pensamientos ya estaba allí. No en el presente, a medida que el viaje avanzaba su mente retrocedía, cada vez mas lejos, cada vez más en el pasado.

¡Cuánto agradecía que la niña durmiese! Eso le permitía llorar, permitir que las lágrimas resbalasen por sus mejillas libremente, lloraba por todo y por nada. Difícil explicar esas emociones que se agolpan entre la alegría y la tristeza, en esa linea tenue era por donde caminaba siempre ahora.

Ya no podía decir, como cuando dormía abrazada a Antonio en su juventud, “soy totalmente feliz” esas palabras las había dicho muchas veces en medio de la noche en brazos de Néstor, pero ya no podría volver a decirlo, y lo sabia. Cuando la vida te muestra la oscuridad, comprendes lo ilusorias que son todas las emociones, momentáneas, frágiles como el aleteo de las mariposas y tan imperecederos como los suspiros. Se conformaba con estar serena, y desde esa firme convicción de que estábamos “de paso” en la vida de los demás, apuraba los segundos junto a su hijo y sus nietas.

Irónicamente siempre que alguien insistía en decirle que se viene a este mundo para ser feliz Jimena sonreía. “Felicidad” una palabra tan manoseaba como irreal, tan usada en marketing, como por los gurús del poder de la mente…tan absurda para Jimena como el otro extremo, el de las religiones que se afanan en consolarte por las desgracias que vives prometiéndote el paraíso tras tu muerte. No, no creía Jimena que venimos a este mundo para sufrir, que este es el mundo del pecado y del dolor y que solo tras la muerte encontraremos el paraíso si hemos sido “buenos”.

En realidad - pensaba Jimena - todo carecía de importancia y precisamente eso hacia que vivir resultase interesante. Hacia tiempo que se había prometido no intentar controlar nada, solo adaptarse al oleaje de la vida, sin quejarse. Así que no ponía resistencia, cada vez entendía más y más a su madre, se limitaba a estar, acompañar y no preguntarse nada.

Viajaba hacia adentro, y casi siempre sus paradas las hacía en el pasado, no en el futuro. El presente era estar de paso. En el pasado sabia claramente donde se había detenido, porque lo había hecho, había tejido la “novela” de sus acontecimientos y había construido los porqués y los para qué, “a posteriori” todo es "encajable", y puedes darle sentido.

Eso le bastaba. De niña siempre sentía curiosidad por esa sensación que le transmitían las personas ancianas de que ese mundo presente no iba con ellos. . Lo miraban con taciturnidad y desapego, trivializando todo, como si miraran hacia otro lado. Ahora se reconoció a sí misma haciendo lo mismo,

“ He ido quedándome ciega, perdiendo el oido y todos los demás sentidos”- le había dicho una vez su madre - “pero veo, oigo y entiendo mejor que nunca”.


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